Bajo el lema “La inteligencia es
relativa”, los hermanos Coen nos traen Quemar
después de leer, una curiosa historia en la que se ponen en juego elementos
como el poder de la información, la privacidad y la posibilidad de enriquecerse
a través de éstos. No obstante, este filme de apariencia severa se desarrolla
de una forma ciertamente cómica, a través de unos personajes pintorescos que
construyen situaciones ridículas y que harán de un argumento basado en el crimen un
largometraje similar a Snatch:
cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000).
Todo empieza con el despido de
Osborne Cox (John Malkovich), un agente de la CIA cuya adicción a la bebida ha
alarmado a sus superiores. Por otro lado, su desconfiada mujer Katie (Tilda
Swinton), preocupada por el futuro día a día de su marido, decidirá espiarle
con la ayuda de un incompetente abogado para reforzar sus argumentos a la hora
de pedirle el divorcio y no salir económicamente maltrecha. A partir de ese momento,
una cadena de inoportunos sucesos provocarán que parte de la información
confidencial de Osborne caiga en manos de dos incompetentes trabajadores de un
gimnasio que pretenden beneficiarse a costa del ex-agente de la CIA.
Uno de los puntos destacables de Quemar después de leer es la técnica
narrativa mediante la cual el filme lleva a los personajes a perder el control
que tenían sobre sus vidas a causa de su naturaleza egoísta, creando múltiples
incógnitas sobre el desarrollo de acontecimientos futuros. No obstante, este
aspecto también es un problema para el espectador, que se ve inmerso en un
argumento quizás demasiado enredado a causa de una constante limitación de la
información. De todas formas, cabe destacar la elección de unos personajes
acertados, con personalidades muy diferentes, que dan cuerda a un filme que
pretende crear un final inesperado.