Cuando nos disponemos a ver un
filme de ciencia ficción ambientado en el espacio, bien puede suceder que nos
veamos inmersos en una experiencia plagada de acción que surge del viaje a
galaxias lejanas en las que conviven seres de diversas procedencias y combaten
por hacerse con el control del universo. Pero cuando un largometraje de dicho género
está dirigido por un director como Christopher Nolan, sabemos que nos
enfrentamos a un material en el que vamos a estar en constante tensión durante
algunas horas, pues si por algo reconocemos a este director es, sobre todo, por
jugar con nosotros los espectadores al ofrecernos una experiencia fílmica
basada en dimensiones que nosotros, como seres humanos, todavía no hemos podido
explorar.
En Interstellar, Nolan nos invita a seguir muy de cerca a Cooper (Matthew McConaughey),
el encargado de salvar nuestro planeta cuando éste está a punto de expirar a
causa de la falta de alimentos y la aparición de una sequía que causa graves
problemas de salud en la población. Para ello, nuestro protagonista viajará al
espacio (junto a una escasa pero entregada tripulación) por tal de encontrar
nuevos sistemas habitables. Por desgracia, este destino les obligará a hacer
frente a fenómenos espaciales prácticamente desconocidos para la ciencia, como por
ejemplo los agujeros de gusano, dado que son el único modo de acceder a una
posible solución para la humanidad.
Desde sus inicios, con
largometrajes como Memento (2000),
Nolan ha conseguido hacer de sí mismo un director con unas ideas muy concisas
sobre cómo hacer cine y, como era de esperar, Interstellar no es una excepción: A lo largo del filme el
espectador puede encontrar aquellos rasgos que caracterizan su filmografía. En
primer lugar, cabe destacar el ya conocido juego que al cineasta inglés le
gusta llevar a cabo mediante la introducción del espectador en dimensiones que
enredan los sentidos y obstaculizan la razón en el camino mediante el cual una
pregunta intenta obtener respuesta. En Origen
(2010) esta dimensión fueron los sueños y todos los que la vimos podemos
recordar aquella última escena en la que una peonza nos abría nuevas dudas.
Ahora, Nolan nos sumerge en una realidad en la que el tiempo no corre de la
forma a la que estamos acostumbrados y, ciertamente, este es uno de los rasgos
más destacables del filme, creador de tensión mediante el uso de acciones que
suceden de forma paralela (otro de los aspectos nolanianos) y de un desarrollo argumental muy interesante. Asimismo,
tampoco faltará la clásica carga moral con la que Nolan hace de las acciones
que los personajes llevan a cabo decisiones cruciales tanto para ellos mismos
como para los demás, creando una cierta sensación de empatía que involucra (aún
más) al público en el desarrollo de acontecimientos.
Pero a pesar de encontrarnos con
los rasgos típicos del cine de Nolan, Interstellar
también guarda un potencial enorme en su fotografía (un hecho que quizás no esperemos
de un director que pone más énfasis en el montaje y el argumento). A muchos os
parecerá obvio que uno de los puntos destacables de un filme de ciencia ficción
recaiga en este campo debido al uso de efectos especiales y a la creación de
paisajes espaciales, pero el caso es que la fotografía que encontramos en este
filme no está destinada a mostrarnos bellos e increíbles escenarios
(únicamente), sino que expone largos planos del espacio de una forma muy
natural (silencioso, estático, solemne…), dejando tiempo al espectador para
reflexionar sobre lo que está viendo de forma plácida a la vez que impactante.
Puede que a muchos no os acabe de convencer esto último, pero tranquilos,
porque si algo le gusta a Christopher Nolan es dejar que todo lo importante
suceda en el último instante de una forma frenética.